Hoy comparto un artículo publicado en el blog
de Minerva y su mundo , con el que tan solo al leer el título noto como
algo se remueve, y me hace leerlo…. ... pero con rechazo. Es duro
reconocer que el peso que cargamos y acumulamos desde nuestra infancia, hace
que muchas veces no seamos los padres amorosos y empáticos que
debiéramos. Por eso y con más sentido aun, ser padre es una CURA DE HUMILDAD,
porque por ellos tienes que desaprender lo aprendido y crecer, explorar nuevas formas de crianza, de autocontrol ...…se lo
debemos y nos lo debemos. Personalmente veo en esa etapa de la vida una oportunidad única Para crecer como personas, doy gracias por ello y sigo con el cartel de "madre en construcción" que se mantendrá de por vida.
¿Podemos odiar a nuestros hijos?
Me resulta difícil escribir lo
que bulle por salir. Llevo tiempo queriendo escribir este post, y lo hago hoy
quizás empujada por la racha que llevamos, porque cada vez me conozco y acepto
más, y/o porque no quisiera transmitir en mi espacio (en los artículos que
escribo) que soy la madre perfecta, que todo lo sabe y todo lo hace bien con su
hija.
Las madres no somos perfectas ni
somos siempre “buenas madres”, no amamos incondicionalmente siempre a nuestros
hijos, ni lo sabemos todo acerca de ellos. Las madres no sólo albergamos
amor, también albergamos violencia, unas mas otras menos, o quizás es que
unas sabemos contenernos mas o menos que otras. Y lo peor de todo es que
esto parece ser un tema tabú entre muchas de nosotras, madres, que queremos
lo mejor para nuestros hijos y nos cuesta reconocer ante los demás, pero
también antes nosotras mismas, que lo que hacemos en ocasiones no es lo mejor
para nuestros pequeños. Nos cuesta reconocer que, a pesar de predicar lo
contrario y sabernos muy bien la teoría, en ocasiones nos comportamos
violentamente con nuestros queridos hijos.
Nunca he pegado a mi hija.
Pero si he deseado hacerlo, si he querido hacerla daño para satisfacer de algún
modo mi frustración, y he sentido miedo de no saber controlarme. Nunca he
pegado a mi hija, pero si la he tratado en ocasiones con violencia en las
múltiples facetas de esta. Nos escudamos entonces en esa mochila que todos
llevamos acuestas, en nuestras carencias infantiles, nuestros miedos o ese sufrimiento
escondido a empujones en lo más profundo de nosotros y que nuestros hijos
consiguen sacar tan fácilmente. Y ya no hablo de sentirnos superadas o de no
tener apoyo o ayuda en la crianza de nuestros hijos.
¿Pero acaso todo eso es motivo
para comportarnos como monstruos con nuestros hijos? Los adultos ahora somos
nosotros, y dejar que nuestra niña interior lidie con nuestros propios hijos es
un despropósito. No es fácil sanar a nuestra niña interior, eso requiere de
un proceso largo y consciente por nuestra parte; pero dejar a nuestros hijos a
manos de nuestra parte violenta (no olvidemos que esa parte también es nuestra,
tratar de negarla es tratar de negarnos a nosotras mismas) sin más, me parece
peligroso. El problema, como le digo a mi hija (quizás deberíamos repetírnoslo
más los adultos), no es enfadarse, esto es algo legítimo a todos, sino dañar al
otro (de la manera que sea) en nuestro enfado.
Nos vemos desafiados por nuestros
hijos (perspectiva desde la posición propia infantilizada), nos sobrepasa una
rabieta (uniéndonos a ella en vez de “tratarla” desde fuera), nos fastidian los
gritos o el llanto inconsolables, nos supera una demanda con la que no estamos
de acuerdo… y en vez de ver el sufrimiento, la incomprensión o el miedo de
nuestros pequeños, sólo vemos los nuestros propios, y convertimos el
desacuerdo en una espiral de confrontación, donde por muy mal que nos
creamos sentir, el niño (y no me refiero a nuestro niño interior) siempre tiene
las de perder.
Cuando llegamos a ese punto de
nubarrón donde ya no vemos ni pensamos, sólo sentimos rencor e ira, y sólo
deseamos sacar toda la frustración (mierda) que llevamos dentro, lo único que
hacemos es dañar más y más a nuestras indefensas criaturas. ¿Qué hacer cuando
tu hijo te pide un abrazo o un beso pero lo único que deseas es desahogarte en
el daño físico? Sabes que con ese abrazo la situación podría empezar a calmarse
pero no puedes dar ese abrazo porque en ese momento no lo sientes, porque para
que la situación vuelva a su cauce la que tiene que calmarse eres tú.
En ocasiones mi hija me ha dicho
algo que ha hecho, como si pulsase un resorte en mi interior, que pueda volver
a la realidad. Frases como “no puedo dejar de llorar mamá, ¿qué puedo hacer?”.
Pero esas frases no siempre suceden. Soy consciente de que tengo que
establecer un código con mi hija, para que cuando se den esas situaciones y la
adulta no sea capaz de tomar el control (es decir, yo), sea al menos la niña
quien de la voz de alarma.
Por esto, y otras muchas cosas, me
parece muy prepotente que los adultos nos creamos por encima de los niños,
sabedores de toda la verdad. Nos queda mucho por aprender y por superar. Y
lamentablemente lo hacemos a costa de nuestros hijos.
¿Creéis que los adultos siempre
nos comportamos como tales?
No hay comentarios:
Publicar un comentario