domingo, 9 de marzo de 2014

El Riesgo de las Recompensas [Alfie Kohn]

 

 

 

"Muchos educadores están acertadamente concientes de que los castigos y amenazas son contraproducentes. Haciendo sufrir a los niños para alterar su comportamiento futuro se puede muchas veces obtener complicidad temporal, pero esta estrategia no los ayuda a convertirse en personas que tomen sus decisiones en forma ética y compasiva. El castigo, incluso referido eufemísticamente como consecuencias, tiende a generar ira, desafío, y deseo de venganza. Más aún, proporciona un modelo del uso del poder en lugar de la razón y rompe la importante relación entre el adulto y el niño.

Del grupo de maestros y padres que hacen un compromiso de no castigar a los niños, una proporción significante se inclina por el uso de recompensas. La manera en que las recompensas son usadas, al igual que los valores que son considerados importantes, difieren entre (y dentro de) cada cultura. Sin embargo, este artículo tiene que ver con las típicas prácticas de las aulas de clase en los Estados Unidos, donde los stickers, estrellas, As y halagos, premios y privilegios, son usados rutinariamente para inducir a los niños a aprender o a cumplir con las demandas de un adulto (Fantuzzo et al., 1991). Al igual que con los castigos, el ofrecimiento de recompensas puede causar complicidad temporal en muchos casos. Desafortunadamente, las zanahorias no son más efectivas que los palos para en ayudar a los niños a convertirse en personas cuidadosas, responsables o personas que aprendan por sí mismas por el resto de su vida. 

RECOMPENSAS VS. BUENOS VALORES
A lo largo de los años, los estudios han hallado que los programas de modificación del comportamiento son raramente exitosos en producir cambios duraderos en actitudes o incluso en el comportamiento. Cuando las recompensas paran, la gente generalmente regresa a la manera en que actuaba antes de que el programa empezara. Aún más perturbante, los investigadores han descubierto recientemente que los niños cuyos padres hacen uso frecuente de recompensas tienden a ser menos generosos que sus compañeros. (Fabes et al., 1989; Grusec, 1991; Kohn 1990).

Efectivamente, las motivaciones extrínsecas no alteran los compromisos emocionales o cognitivos que están detrás del comportamiento l menos no en la dirección deseable. A un niño al que se le ha prometido algo a cambio de aprender o de actuar responsablemente, se le han dado todas las razones para dejar de hacer esto cuando ya no exista una recompensa a obtener.

Las investigaciones y la lógica sugieren que el castigo y las recompensas no son realmente opuestos, si no dos caras de la misma moneda. Ambas estrategias se convierten en formas de tratar de manipular el comportamiento de alguien. En el primer caso, se provoca la pregunta, ¿Qué es lo que ellos quieren que yo haga, y qué me pasará si no lo hago?, y en el otro caso, llevando al niño a preguntar, Qué es lo que ellos quieren que haga y qué recibiré por hacerlo? Ninguna de estas estrategias ayuda a los niños a tratar de resolver la pregunta, Qué tipo de persona quiero ser?.

RECOMPENSAS VS. LOGROS
Las recompensas no son más útiles para incentivar los logros de lo que lo son para promover buenos valores. Al menos dos docenas de estudios han mostrado que la gente que espera recibir una recompensa por completar una tarea (o hacerla con éxito) simplemente no la hace tan bien como quienes no esperan nada (Kohn, 1993). Este efecto es fuerte en los niños pequeños, niños más grandes y adultos; para hombres y mujeres; para recompensas de todos los tipos; y para tareas que van desde la memorización de hechos hasta diseñar collages o resolver problemas. En general, mientras más pensamiento con sofisticación cognitiva y final abierto se requiera para hacer una tarea, peor tiende a actuar la gente, cuando han sido llevados a realizar la tarea a cambio de una recompensa. 

Existen varias explicaciones plausibles para este hallazgo enigmático pero remarcablemente consistente. La más convincente de estas es que las recompensas producen la pérdida de interés de la gente en cualquier cosa por la que sean recompensados por hacer. Este fenómeno, que ha sido demostrado en los resultados de estudios (Kohn, 1993), tiene sentido, ya que la “motivación” no es una característica singular que un individuo posea en mayor o menor grado. Por el contrario, la motivación intrínseca (un interés en la tarea por su propia satisfacción) es cualitativamente diferente de la motivación extrínseca (en la cual el cumplimiento de la tarea es visto sobre todo como un pre-requisito para obtener algo más) (Deci & Ryan, 1985). Por lo tanto, la pregunta que los educadores necesitan hacerse no es cuán motivados están sus estudiantes, si no cómo sus estudiantes están motivados.

En un estudio representativo, se presentó a niños pequeños una bebida no conocida llamada Kefir. A algunos solamente se les pidió que la bebieran; a otros se les halagó excesivamente por hacerlo; a un tercer grupo se les prometió regalos si bebían suficiente. Aquellos niños que recibieron ya sea la recompensa verbal o tangible consumieron más bebida que los otros niños, como se puede predecir. Pero una semana más tarde, estos niños la hallaron significativamente menos gustosa que anteriormente, mientras que los niños a los que no se les ofreció recompensa gustaron de ella tanto, si no más, de lo que lo hicieron anteriormente. (Birch et al., 1984). Si sustituimos beber Kefir por leer o hacer matemáticas, o actuar generosamente, empezamos a vislumbrar el poder destructivo de las recompensas. Los datos sugieren que mientras más queremos que los niños quieran hacer algo, más contraproducente será recompensarlos por hacerlo.

Deci y Ryan (1985) describen el uso de recompensas como control a través de la seducción. Control, ya sea mediante amenazas o sobornos, conducen a hacer las cosas a los niños en lugar de trabajar con ellos. Esto al final debilita las relaciones, tanto entre estudiantes (llevando a reducir el interés por trabajar con los compañeros) y entre estudiantes y adultos (en la medida en que pedir ayuda puede reducir las probabilidades de recibir una recompensa).

Más aún, los estudiantes a los que se les incentiva a pensar en notas, stickers, u otros regalos, se vuelven menos inclinados a explorar ideas, pensar en forma creativa, y tomar riesgos. Por lo menos diez estudios han mostrado que las personas a quienes se les ha ofrecido una recompensa generalmente escogen la tarea más fácil (Kohn, 1993). En la ausencia de recompensas, por el contrario, los niños están inclinados a escoger las tareas que están justo dentro de su nivel de habilidad.

IMPLICACIONES PRÁCTICAS DEL FRACASO DE LAS RECOMPENSAS
Las implicaciones de este análisis y estos datos son preocupantes. Si la pregunta es ¿Motivan las recompensas a los estudiantes?, la respuesta es, Absolutamente: estas motivan a los estudiantes a obtener recompensas. Desafortunadamente, ese tipo de motivación generalmente surge a expensas del interés y excelencia en cualquier cosa que estén haciendo. Lo que se necesita, entonces, es nada menos que una transformación de nuestras escuelas.

En primer lugar, el manejo de los programas de clase basados en recompensas y consecuencias deben ser evitados por cualquier educador que quiera que sus estudiantes tomen responsabilidad por sus propio comportamiento (y de los otros)- y por cualquier educador que coloque la internalización de valores positivos por encima de la obediencia ciega. La alternativa a los sobornos y amenazas es trabajar para crear una comunidad solidaria, cuyos miembros resuelvan sus problemas colaborando y decidiendo juntos sobre cómo quieren que sea su clase (DeVries & Zan, 1994; Solomon et al., 1992).

En segundo lugar, se ha visto que particularmente las notas tienen un efecto perjudicial en el pensamiento creativo, retención a largo plazo, interés en aprender, y preferencia por tareas desafiantes. (Butler & Nisan, 1986; Grolnick & Ryan, 1987). Estos efectos perjudiciales no son el resultado de muchas malas calificaciones, ni muchas buenas calificaciones, o de la fórmula equivocada para calcular las notas. Por el contrario, son el resultado de la práctica de evaluar en sí misma, y la orientación extrínseca que esta promueve. El uso de recompensas o consecuencias por parte de los padres para inducir a los niños a desempeñarse bien en la escuela tiene un efecto similarmente negativo sobre el gusto de aprender y, finalmente, en el desempeño (Gottfried et al., 1994). El evitar estos efectos requiere de prácticas de evaluación orientadas a ayudar a los estudiantes a experimentar el éxito y el fracaso no como una recompensa o castigo, si no como información.

Finalmente, esta distinción entre recompensa e información podría ser aplicada también a la retroalimentación positiva. Aunque puede ser de utilidad escuchar sobre el éxito de uno mismo, y muy deseable el recibir soporte y ánimos por parte de los adultos, la mayor parte de halagos es equivalente a una recompensa verbal. En lugar de ayudar a los niños a desarrollar su propio criterio para el aprendizaje efectivo o comportamiento deseado, los halagos pueden crear una dependencia creciente a asegurar la aprobación de alguien más. En lugar de ofrecer apoyo incondicional, los halagos hacen que la respuesta positiva esté condicionada a hacer lo que el adulto demanda. En vez de aumentar el interés por una actividad, el aprendizaje es devaluado en la medida en que viene a ser visto como un pre-requisito para recibir la aprobación del profesor (Kohn, 1993).

CONCLUSIÓN
En breve, los buenos valores tienen que ser cultivados desde adentro. Los intentos de acortar el camino en este proceso, colgar recompensas frente a los niños es en el mejor de los casos ineficaz, y en el peor, contraproducente. Los niños tienden a volverse estudiantes entusiastas y con gusto por el aprendizaje por el resto de su vida, como resultado de haber sido provistos de un currículo atractivo, una comunidad segura y solidaria, en donde descubrir y crear, y un grado significativo de elección sobre qué (y cómo y por qué) ellos están aprendiendo. Las recompensas como los castigos- son innecesarias cuando estas cosas están presentes, y son por último destructivos en cualquier caso. 

El Riesgo de las Recompensas 
Traducido por  Mónica Salazar con autorización expresa del autor. 
publicado originalmente en: ERIC Digest, Diciembre 1994 (ERIC Identifier: ED376990)







 























 

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero esto es un poco decir solo la mitad. La recompensa puede ser una ssonrisa, un abrazo o un beso y no tiene porqué estar anunciada. Muchos estudios demostraran lo q dice aquí y otros muchos mostrarán resultados contrarios. Con un buen uso de la "recompensa " se pueden lograr avances espectaculares ennniños con problemas de conducta graves.

CRECERATULADO dijo...

En mi humilde opinión si hay un niño con una conducta grave, se debe de investigar la raiz del problema. Hay niños normales,niños con patologías... todo tipo, individualizado Sí, las recompensas pueden funcionar,pero aprenden a actuar motivados solo por recibir algo. Prefiero que actuen porque les nace, no porque le voy a dar un abrazo a cambio, o un regalo. ¿Que ocurrirá cuando sean mas mayores, que pedirán a cambio? Me gusta mas intentar al menos que actuen pensando en hacer bien a los demas, en cuidar a sus semejantes, la naturaleza, el mundo en general, no porque vayan a recibir algo a cambio.

Unknown dijo...

anonimo: el buen uso de la recompensa no debería ser el afecto y la sonrisa...retirar el afecto es uno de los peores castigos para un niño....(en general para cualquier persona independientemente de su edad)..si tiene una conducta grave y reiterada sería mas lógico abordar el tema en familia...quizás sea un poco complicado bucear en ese mar que se respira en aquellos hogares donde lo "visible" es la conducta de los mas pequeños....incómodo porque decirle a un adulto que se tiene que replantear según que cosas que repercuten diariamente en sus hijos requiere valentía....y conciencia...

mucho más que premiar la conducto de un niño de 3 años.

Anónimo dijo...

CRECERATULADO: Estoy muy de acuerdo contigo, si lugar a dudas , el amor no es moneda de cambio. El amor incondicional de los padres da como resultado niños seguros y felices.

Anónimo dijo...

No me habéis entendido, yo me refería a eso. A que el cariño es la mejor "recompensa ". Ni m he sabido explicar quizás, porque escribir un pensamiento es difícil. Nosotros adultos también nos movemos por recompensas, algo merecido después de un esfuerzo. Esa motivación es intrinseca, nosotros mismos nos sentimos orgullosos, y puede venir acompañada o no de una motivación extrínseca, como el sueldo, por ejemplo. Pues lo q yo quería explicar es q hay niños que les cuesta mucho tener esa motivación intrínseca, porque su autoestima esta por los suelos por el motivo que sea, y se les enseña con motivaciones extrínsecas a generar las intrínsecas. Por supuesto a la misma vez que restablecer su autoestima. Espero que esta vez me haya explicado mejor.

Anónimo dijo...

Mi nombre es M. José Jiménez. Soy psicóloga perinatal. En las opiniones que leo me surge un asunto de fondo que tiene que ver con lo conceptual. En mi opinión todas las conductas insanas y desadaptativas derivan del daño emocional y la violentación a la que social y constantemente sometemos a nuestros niños. El amor incondicional es el que sana a niños dañados que muestran conductas "desadaptativas" y por lo tanto es el que consigue un aumento de la autoestima de los niños. Es verdad que ante el afecto del otro nos sentimos recompensados pero más bien se trata de que hemos sido educados en el mismo contexto de castigo recompensa y por lo tanto, socialmente esperamos ser valorados a nivel afectivo siempre que hayamos hecho algo que los demás esperan de nosotros. A mí personalmente no me gusta este concepto porque la recompensa sugiere que tiene que haber anterior a esto una conducta por la cual nos hemos ganado lo que hemos recibido. Por otro lado, el aumento de la autoestima desde la recompensa sugiere que "tengo que hacer algo para sentirme bien conmigo mismo". Es una autoestima apoyada en arenas movedizas porque no siempre hacemos todo bien ni nos podemos sentir "orgullosos" (concepto tambien a revisar)de todo lo que hacemos. Por lo tanto cuando no lleguemos al ideal sentiremos lo contrario: que no valemos nada ni somos dignos del amor del otro. Tal vez si podemos cambiar este concepto del amor que tenemos tan arraigado socialmente, podamos ser capaces de educar a nuestros hijos a moverse en el mundo motivados por el amor, su propio cuidado y el de los demás.