miércoles, 5 de octubre de 2011

No culpéis a la víctima





Si un granjero cuida mal de sus animales y éstos acaban enfermando, todo el mundo comprende que el único responsable es él.



Si una empresa o un país marchan mal, nadie lo atribuye a sus trabajadores o ciudadanos, sino sólo a la mala gestión de sus gerentes y políticos.

Si un médico, por su mala práctica, deja secuelas irreversibles en su paciente, el peso de la justicia cae sobre él.



¿Por qué, en cambio, si unos padres incapaces y/o sin afecto crían unos hijos infelices y problemáticos, casi todo el mundo culpabiliza a éstos -llamándolos "maleducados", "malos hijos" o incluso "enfermos"-, en vez de responsabilizar a los padres? Parece el viejo truco de acusar a la víctima para eludir la responsabilidad del verdugo. Y esto es precisamente lo que hace, en mi opinión, ese famoso programa televisivo llamado "Supernanny".




En tal programa, una psicóloga -que ejerce, en realidad, de reeducadora- acude en ayuda de familias caóticas para enseñar a los padres cómo manejar a sus hijos "ingobernables" y recuperar cuanto antes el "control" familiar. No se busca una comprensión amplia y profunda de la situación, siempre desde una empatía amorosa hacia los hijos, y obrar en consecuencia, sino más bien "domarlos" cuanto antes. Las ideas básicas del programa parecen ser las siguientes:




-los hijos son el problema principal y hay que resolverlo con métodos fáciles y rápidos


-debe ignorarse cualquier problemática afectiva padres-hijos, ya sea explícita o encubierta


-debe ignorarse el dolor emocional -por desamor, miedo, ira, desesperación, estrés, celos, etc.- que sufren los niños (y que, al menos en mi opinión, son la causa principal de sus conductas "inadecuadas")


-los objetivos fundamentales son: a) inculcar a los hijos reglas y hábitos de sumisión mediante técnicas basadas casi exclusivamente en órdenes, premios y castigos; b) instruir a los padres sobre el buen uso de dichas técnicas


-Se trata, así, de la misma pedagogía de siempre, aunque suavizada y maquillada con los métodos "científicos" de la superniñera.

Es verdad que algunos de sus "superconsejos" son útiles, y que se señalan algunos errores parentales, y que se muestra la necesidad de una mejor comunicación padres-hijos. Pero se exponen con la frialdad superficial de quien sólo desea resultados rápidos, y se evitan las cuestiones emocionales de fondo, tanto de los niños como, sobre todo, de los padres. Porque son éstos, en realidad, quienes requerirían psicoterapia urgente, totalmente al margen de los niños. Si la confusión y las neurosis parentales no se resuelven y ni siquiera se conciencian, ¿qué armonía auténtica y duradera puede esperarse en una familia? ¿Por cuánto tiempo funcionarán los parches conductistas de la superniñera? ¿Cómo se evitará que los trastornos afectivos de los niños puedan quizá adquirir, por el encubrimiento causado por la educación convencional, formas cada vez más sutiles o graves? (1)






Por ejemplo, las dificultades psicológicas de la mayoría de progenitores que aparecen en escena son evidentes. Inmadurez, frialdad, debilidad, ansiedades, miedos, bloqueos, hostilidad, depresión, frustraciones, estrés, dependencia respecto a los propios hijos... En tales condiciones, nadie puede ofrecer dedicación, ternura y seguridad a sus hijos; ni inspirar confianza y una sana autoridad; ni compartir con ellos tiempo y juegos; ni resolver los problemas con serenidad y paciencia. Así, los críos se sienten pronto desvalidos, defraudados, agredidos, impotentes, desesperados, rabiosos; absorben muchas de las ansiedades y conflictos de los padres; luchan celosamente contra los hermanos por la atención y el amor imposible de aquéllos; y de todo ello resultan esas espectaculares rabietas, rebeldías y violencias que tanto escandalizan a los telespectadores... e incrementan el índice de audiencia televisiva.






Pero tales conductas "inadaptadas" son, como vemos, demandas desesperadas de afecto que, por cierto, sólo alimentan un cruel círculo vicioso: cuanto más reclaman el amor, más se les priva de él. Cuanto más sufren, más se les castiga. (Se interpreta sus berrinches como malévolas manipulaciones contra los padres [2] ). Y los "premios" del tipo "¡oh, muy bien, niño/a, has obedecido, te quiero!", pronunciados con esfuerzo por prescripción facultativa, no engañan a nadie. Parece increíble, pues, que en "Supernanny" se ignore tan ampliamente que la sana obediencia de los críos sólo es posible desde la gratitud que experimentan cuando verdaderamente se les ama. Un niño sano no es dócil, ordenado, amable, etc. porque haya aprendido a base de miedo consciente o inconsciente al poder y el castigo de los adultos, o porque aspire -como un perro o una rata de laboratorio- a una recompensa, sino porque se siente feliz y agradecido y, en consecuencia, acepta, respeta y colabora con la autoridad natural de los padres.






Lo peor, a mi juicio, de ese programa es que desperdicia una oportunidad de oro para mostrar a la gente la importancia crucial del amor y el autoexamen parental en la crianza -sin lo cual todo lo demás es maltrato (3)-, limitándose en cambio a repetir y fomentar en jerga psicológica los métodos educativos de toda la vida. Unos métodos basados predominantemente en el control de los comportamientos, donde la afectividad consciente, no digamos ya inconsciente, juegan un papel muy escaso... y de ahí muchos problemas neuróticos de la edad infantil, juvenil y adulta. ¿Quizá el éxito internacional del programa se deba precisamente a que justifica y confiere "rango científico" a los malos tratos que, en nombre de la educación, millones de telespectadores han sufrido y, por tanto, siguen trasmitiendo a sus hijos? (4)






__http://www.psicodinamicajlc.com/articulos/jlc/nanny.html
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