miércoles, 29 de junio de 2011

HABLEMOS DEL COLECHO

Si yo tuviera el poder para cambiar las leyes y las normas sociales, una de las cosas que consideraría importantes y nocivas para la salud de nuestros hijos es dormir solos desde que nacen en otra habitación. No es una moda, no es un capricho… para un recién nacido, dormir acompañado, es una necesidad básica. Y en nuestra sociedad no se considera maltrato, ni siquiera está mal visto… es NORMAL.

Cualquier familia que dejara sin comer a un bebé varios días sería privada de la tutela de ese bebé. En cambio sí se puede dejar a un bebé solo en otra habitación y que nos parezca algo corriente. Se entiende que comer es una necesidad básica del ser humano, pero el contacto con la madre no lo es.

Analicemos con detenimiento y lógica esta visión errada de las necesidades de un bebé. Durante una media de 40 semanas, es decir, toda su vida, el bebé vive en un entorno cálido, siempre en movimiento, con ruidos conocidos como el corazón, el intestino o el estómago trabajando. Se desarrolla permanentemente alimentado a demanda, abrazado por el líquido amniótico y las paredes del útero materno, a la temperatura justa…

¿Qué nos puede llevar a creer que, por el simple hecho de pasar por el canal de parto, un bebé cambia sus necesidades básicas de un día para otro? ¿Es que creemos que el hecho de ver al bebé hace que cambie su esencia de alguna manera? Es una cuestión de lógica que los bebés siguen necesitando fuera del útero lo mismo que tenían dentro. Si, además, tenemos en cuenta lo duro que ha podido ser el cambio para una criatura tan pequeña, deberíamos extremar aún más el contacto permanente con otro ser humano, la presencia constante y en movimiento que siempre tuvo.

Ya debe ser duro dejar de estar flotando calentito para adaptarse a los cambios de temperatura de nuestro hábitat, al contacto con el aire, a la sensación de ser más pesado, a no poderse mover con la misma libertad, a tener que PEDIR de alguna manera lo que antes se nos daba sin descanso. Pero encima pretendemos que se adapten a dormir solos, sin ruido, sin calor, sin presencia, sin comida disponible a cualquier hora… Creo que tan importante es para un bebé ser alimentado como ser mecido, tocado, abrazado durante todo el día y la noche. Pero si, cuando además, el bebé reclama lo que le pertenece, los padres no acuden…aún puede ser peor.
Esto es un maltrato auténtico, pero no sólo no está codificado en nuestro código penal como tal, sino que, además, hay quienes escriben libros sobre la mejor manera de hacer sufrir a nuestros bebés, de dejarlos dormir solos desde que nacen, y se enriquece con ello!! ¿No debería esto ser ilegal?

Si de mí dependiera, informaría a cada pareja de padres, al igual que se les informa del estado de salud del bebé que nace, de cuanto y cuándo deben alimentarle, bañarle, etc… de que jamás deberían dejar al bebé recién nacido solo en una habitación y hacer caso omiso de sus llantos. Así de simple, porque simple es la necesidad de los recién llegados al mundo.

Un bebé del que ignoramos su llanto, su miedo y su ansiedad al estar solo en otro cuarto, no aprende a dormir, aprende que sus llamadas no serán atendidas y tiene la primera experiencia de traición de su vida. La persona que le ha provisto de todo durante 9 meses, la que debería estar a su lado consolándolo y ayudándolo a adaptarse a este mundo, ignora su llamada. La persona más importante, la única y primera relación que conoce…
Pero si ese bebé, cuando cumpla 40 años no ha sido capaz de confiar en una pareja y comprometerse con nadie, si es infeliz porque no consigue encontrar un equilibrio en sus relaciones… nadie va a relacionar este hecho con el abandono primigenio de su madre, porque lo único que pretendía su madre era enseñarlo a dormir, avalada por especialistas en la materia…
Nos pasamos nueve meses acariciándonos la barriga, fantaseando con la idea romántica y de película de tener un bebé… planificamos nuestra vida, el momento en que sucederá… y de repente, cuando ese bebé nace lo convertimos en nuestro enemigo y nos infunden la necesidad de apartarlo de nosotras, de mantener la distancia para que no se “malacostumbre”, para que no nos tome el pelo, nos deshaga la vida, nos maneje y chatajee… ¿No es ridículo? ¿Para esto tanta planificación? Si realmente los hijos vinieran al mundo a tiranizarnos… ¿no se habría extinguido ya la especie?¿no sería lo lógico?

Creo que tener hijos no es un cuento de hadas. Hace falta mucha madurez para poner las necesidades de otro por encima de las nuestras. Pero es que nosotros hemos decidido que esa vida llegue al mundo y es nuestra responsabilidad entregarnos a ello para que, la persona que será, consiga ser lo más feliz posible. Nadie nos obliga a tener hijos, podemos decidir tenerlos o no, elegir el mejor momento o el peor… pero no deberíamos poder traerlos al mundo para tratarlos como si fueran nuestros enemigos.

Defiendo el colecho, claro que sí. Y lo defiendo a pesar de conocerlo en profundidad y en primera persona, a pesar de saber que si hubiera dejado a mi hija sola en otra habitación desde que nació, ahora yo dormiría como una reina y ella también. Porque lo que habría tenido que sentir ella para llegar a dormir toda la noche con dos años, habría estropeado para siempre nuestra fusión, la unión que, como madre e hija que siguieron conectadas a través del pecho y el contacto continuo, aún tenemos y que nos hace especiales como díada. Nuestra relación habría quedado fracturada para siempre y, dejar de dormir un par de años no parece un precio tan alto a pagar si miras a lo lejos y te das cuenta de que la confianza que un bebé recién nacido ha depositado en su madre, bien merece no ser quebrantada por un par de años más o menos de sueño.

Unos años de sueño reducido, que no insuficiente, porque si fuera insuficiente o incompatible con la vida seríamos muchas las que habríamos muerto en el intento. Y antes de morir de agotamiento seguramente enfermaríamos gravemente y nos darían una baja para que descansáramos, nos iríamos a casa, dejaríamos el trabajo, las labores del hogar y el resto de exigencias sociales y, sin dejar de colechar, mejoraríamos porque podríamos adaptar nuestros horarios a los de nuestros bebés, podríamos dormir siestas con ellos y largas noches de 12 horas para compensar la baja calidad del sueño con una gran cantidad.

Y me parece, que esto último prueba que no es el colecho lo que está mal planteado, sino el sistema y el esquema social que exige un ritmo de vida a las madres que es incompatible con las necesidades de nuestros hijos. Sería mucho más fácil cambiar este sistema para adaptarnos a lo que somos como especie, que cambiar la especie entera para que el sistema perdure. Sin embargo, y por absurdo que parezca, lo más difícil es lo que intentamos llevar a cabo, mientras que la solución lógica y fácil ni siquiera se plantea.



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