domingo, 15 de mayo de 2011

CUANDO DAR PECHO ES MALO PARA EL NEGOCIO

http://lactando.wordpress.com/2011/05/15/cuando-la-teta-es-mala-para-el-negocio/#more-934

Acaba de publicarse la tercera edición, actualizada, de “The politics of breastfeeding. When breasts are bad for business” (La política del amamantamiento. Cuando los pechos son malos para los negocios). Su autora Gabrielle Palmer, nutricionista y activista que ha trabajado para la Universidad de Londres, UNICEF y diversas ONGs, causó con la primera edición de este libro, hace ya más de veinte años, un autentico revuelo por su denuncia de la alienación a la que son sometidas las mujeres y de los métodos coercitivos de la industria de la alimentación infantil. Hoy considera que sus palabras son más necesarias que nunca. Emilio González, con el consentimiento de la autora, nos traduce una parte de un capitulo.
¿Quién se beneficia de los beneficios?

La mayoría de las mujeres tienen poca elección sobre sus vidas. La amenaza de la pobreza separa a las mujeres de sus bebés, tanto en los países ricos como en los pobres. La privilegiada minoría que tiene el lujo de elegir puede sentirse confusa por cómo hacer que encajen el cubrir las necesidades de sus hijos y el mantener sus propias vidas más allá de la maternidad. Algunas de estas privilegiadas pueden incluso manifestar un gran desdén. La periodista británica Lowry Turner, madre de tres hijos, ha llamado a las madres que se quedan en casa “taradas intelectuales, tontas de cerebro de espagueti” por escoger cuidar de sus hijos ellas mismas. ¿Contrata ella a una de esas “tontas” para cuidar de sus propios hijos?

En el año 2008 Nicola Brewer, presidente de la Comisión para la Igualdad y los Derechos Humanos del Reino Unido advirtió que el “generoso” permiso por maternidad podría sabotear la carrera de las mujeres y hacerlas poco convenientes para los empresarios. Su solución fue aumentar el permiso de paternidad. En primer lugar, no estoy de acuerdo con su argumento básico. En los países que apoyan social y financieramente la maternidad y la lactancia materna las mujeres han llegado a adquirir más igualdad y poder, los países escandinavos son el ejemplo más destacado. Estas sociedades son más estables económicamente porque el talento y las habilidades de las mujeres se han incorporado en todos los aspectos de la sociedad, al mismo tiempo que se facilita políticamente que exista un periodo de estrecho contacto físico entre la madre y el bebé. Estos países tienen cuotas de mujeres en el parlamento. Sus sistemas no fueron desarrollados porque tuvieran nostalgia de las mamas con delantal, sino porque una primera infancia arraigada es tan vital para la prosperidad como un sistema de agua potable.

En segundo lugar la solución de Nicola Brewer es ilógica. El permiso de paternidad se toma en el momento del nacimiento (o la adopción) y es de unas dos semanas. Este es sobre todo disfrutado por parejas con un empleo fijo en países ricos. Incluso aumentado a un par de meses, el permiso paterno no afecta la participación de la mujer en su puesto de trabajo porque este es el tiempo que las mujeres necesitan para recuperarse de haber dado a luz. El propósito del permiso de paternidad es que el padre establezca el vínculo con el nuevo bebé, cuide de los otros niños, apoye emocionalmente a su pareja y haga las tareas de la casa. Para algunos padres esta fase se llama “la luna de miel del bebé” porque la pareja puede saborear el gozo de estar un tiempo sin restricciones con su hijo. Pero otros hombres se limitan a dar vueltas por la casa sintiéndose (y a veces siendo) incompetentes en satisfacer las necesidades de la madre y el recién nacido. Muchos hombres resultan un apoyo maravilloso, pero otros están resentidos porque la mujer está centrada en el bebé. Algunos pueden minar la confianza de la madre por ser demasiado expertos. Las nuevas madres a veces trabajan de más porque su cultura les obliga a cuidar del hombre y en ocasiones de su familia ampliada. Algunas mujeres desean en secreto que sus maridos vuelvan a trabajar y prefieren el apoyo de mujeres de su familia o amigas. Las necesidades de las madres recientes varían enormemente según el carácter, la cultura y la personalidad de su pareja, pero todas necesitan apoyo. El permiso de paternidad es a veces vital cuando se necesita cuidar de los niños mayores. En Escandinavia está previsto que cada padre tome periodos de permiso a lo largo de la infancia del bebé según las necesidades, por ejemplo una enfermedad.

Los hombres también tienen hijos, pero un empresario no se niega a contratar a un hombre en caso de que tenga hijos y atienda a las necesidades de estos. Se asume que él no será el que lo haga. Cuando en 1977 el parlamento británico aumentó significativamente el número de mujeres miembros se argumentó que el horario parlamentario debía ser más “amigable con las mujeres”. La frase debería haber sido “amigable con los progenitores”. A fin de cuentas, las mujeres sin hijos no necesitan cambiar un horario que ha funcionado por generaciones de parlamentarios. Durante décadas los políticos varones han aceptado un sistema que les evitaba tener que acostar a sus hijos, bañarles, leerles cuentos o apresurarse a salir del trabajo cuando estaban enfermos. A lo largo de todos estos años no hubo ninguna campaña a favor del derecho del padre para cambiar las horas de trabajo parlamentario para acomodarse a un mayor contacto físico y amoroso con sus retoños. Y esto es probablemente igual en la mayoría de los parlamentos del mundo. ¿Por qué no?

Las mujeres sólo tendrán igualdad cuando un gran número de hombres demanden un sistema más cuerdo, que les permita ser mejores padres. David Landes, profesor emérito de historia y economía de la Universidad de Harvard, afirma: “Las implicaciones económicas de la discriminación de género son muy serias. Dejar fuera a las mujeres es privar al país de trabajo y talento y. lo que es peor, minar los logros a alcanzar por hombres y muchachos”. David Landes no dice cuales podrían ser estos logros. Espero que no se refiera sólo a hacer dinero.

Dondequiera que el sistema esté diseñado para cubrir tanto las necesidades de los pequeños como las de la estructura económica (y no hay límite para la imaginación y creatividad humanas), es esencial amar y cuidar decididamente a los niños pequeños si queremos que los adultos sean sanos física y emocionalmente. ¿Para qué queremos la prosperidad material más allá de la comida y un techo si la gente sigue siendo desgraciada? Un economista, Richard Layard apunta que aunque en el mundo industrializado los estándares de vida hayan mejorado enormemente desde los años 50, las personas no son más felices. Ambos padres pueden trabajar largas horas para comprar mucha ropa, equipamiento y juguetes para un niño que de hecho sólo necesita el pecho de su madre, una nana y sentir que sus padres gozan con su sonrisa. Estos tesoros no cuestan dinero. En nuestras vidas, cada vez más largas, este corto periodo de estrecho contacto parental sólo ocupa una mínima parte.

Si la lactancia materna y la maternidad fueran valoradas económicamente, las madres podrían sentirse con más confianza y menos ambivalencia respecto al amantar a su bebé. Si las mentiras del marketing comercial de los productos de alimentación infantil terminaran y los profesionales de la salud fueran formados adecuadamente, las experiencias negativas con la lactancia materna desaparecerían. Por supuesto las mujeres no quieren amantar cuando la ineptitud humana ha transformado un placer en un calvario. ¿Sufren agónicamente las noruegas, ya que todas ellas dan de mamar? De hecho son las mujeres más ricas y poderosas del mundo. Ellas escogen amantar porque tienen confianza y están bien informadas y apoyadas. Y no están excluidas de las esferas de la influencia y el poder.

El derecho a amantar

El profesor Amartya Sen ganó el Premio Nobel de Economía en 1998. En su libro “Pobreza y hambrunas” introdujo el simple y convincente concepto de que la gente no muere de hambre por la falta de comida sino por la falta del derecho a la comida. Durante las hambrunas en Irlanda en el siglo XIX los cereales eran exportados a Inglaterra. Los irlandeses murieron porque dependían de las patatas (que llegaron a agotarse) y no tenían derecho a las cosechas de cereales que ellos habían cultivado como pago de la renta a los terratenientes ingleses. Así, también en las hambrunas del siglo XX en Asia y África, la gente con tierras, dinero u otra forma de autoridad, no murió. La teoría de Sen ha demostrado ser acertada. En 1997 compré lentejas etíopes en el Reino Unido. Ese año el Carter Center con base en Atlanta anunció pomposamente que Etiopía se había convertido en un exportador de alimentos por primera vez en su historia. El Banco Mundial le había demandado reformas que incluían la exportación del grano para pagar la deuda externa. En 1998 comenzó otra hambruna (pero tanto los gobernantes como los consejeros extranjeros mantuvieron su peso corporal habitual). Usted puede fijarse en que tanto los periodistas como los políticos en las zonas de hambruna no se desmayan de hambre ante las cámaras de televisión. Ellos tienen el derecho a la comida.

Lo mismo pasa con la lactancia materna. No es que haya falta de leche materna. Si las políticas de apoyo existentes fueran de verdad implementadas, los índices de lactancia materna se doblarían en muy poco tiempo. Ningún otro proceso de producción es tan fácil de conectar y desconectar. Las madres que dejan de amamantar porque su confianza ha sido aplastada por la desinformación y los cuidados ineptos, o porque se les ha negado el acceso a sus bebés, han visto su derecho destruido. Las restricciones de los sistemas sanitarios, la ignorancia, la manipulación y codicia comercial, los sistemas de trabajo inhumanos y sin imaginación, la distorsión de los valores culturales y la ceguera política, confluyen todos juntos para destruir el derecho de las mujeres de mantener la salud y la vida de sus hijos, al mismo tiempo que protegen sus propios cuerpos. En todo el mundo hay hambrunas de lactancia materna y no están causadas por la naturaleza sino por la pérdida del derecho a amantar.

Gabrielle Palmer

Traducción de Emilio González

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