Excelente artículo de Yolanda González, autora del completo e imprescindible libro para padres "Amar sin miedo a malcriar", publicado en su página oficial.
Publicado en revista Max Mara. Ayuntamiento de Bilbao.
¿Cuántas veces sentimos ante un niño o una niña pequeña, que nos está tomando el pelo?
- ¿Cuántas veces hemos pensado, que están “sordos”?
- ¿Qué paciencia hay que tener en el difícil oficio de ser madre y padre!
- ¿Por qué les cuesta tanto escucharnos? ¿Por qué no colaboran?...
Estas reflexiones y sensaciones son bastante comunes en el mundo de los
adultos. Pero ¿vaya sorpresa nos llevaríamos, si supiéramos lo que
ellos sienten!
¿Por qué les cuesta tanto hacer lo que les pedimos?, ¿nos están probando?
Los adultos interpretamos la conducta de nuestros hijos o hijas con
el cristal de nuestra experiencia vital adulta, donde todo está teñido
de intencionalidad. Leemos en sus actos una “intención”, como ocurre en
el mundo adulto. Además estamos convencidos que nosotros “sabemos” y
ellos “no”. Y ahí comienza una batalla a veces desesperante por hacernos
entender, que acaba en más de un llanto y pataleta cuando no en
enfados e impotencia. Es decir, en desarmonía, que es precisamente lo
que no deseamos.
Pero a veces da la sensación que no quieren aprender la experiencia.
Por ejemplo, cuando todas las mañanas son un suplicio porque se
entretienen con cualquier cosa y no les da tiempo ni a desayunar para ir
al cole. Y no hay forma de que lo entiendan.
Podríamos narrar cien mil experiencias similares y conocer tantas
respuestas como personas, que a veces funcionan y otras no, con el
objetivo de que nos hagan caso (amenazas, castigos...). Pero el problema
seguiría sin solucionarse satisfactoriamente. Si queremos una relación
positiva, basada en cierta armonía y no en batallas cotidianas donde
hay ganadores y perdedores, tenemos que cambiar radicalmente el “chip”
como adultos, viendo su conducta con los “ojos de niño”, para entender
qué pasa en sus corazones y en sus cabecitas.
Entonces, ¿quizá somos nosotros quienes no les entendemos?
Ese es el punto de partida. Somos nosotros los que debemos de
ponernos a su altura, y no ellos a la nuestra. Tenemos bastante
desconocimiento sobre el mundo infantil: olvidamos demasiado a menudo
que se están formando, que son inmaduros, y que están aprendiendo día a
día. A veces les pedimos respuestas que ellos viven ajenos a su edad. Y
los pequeños, a veces se sienten incomprendidos con nuestro enfado
cuando no hacen lo que queremos. Es como pedirle a una niña de 6 meses
que camine o hable como si tuviera 3 años. No corresponde a su edad
madurativa.
Sin embargo, el mensaje de “desayuna que hay que ir al cole” o lávate
los dientes para ir a la cama”, parece muy sencillo como para ser
entendido.
¡Claro! Y es que antes de los 3 añitos entienden perfectamente el
discurso verbal. Pero no la lógica que para los adultos tiene. Y
comprender esto es crucial para que no interpretemos que nos
desobedecen. Nos provocan y todas esas atribuciones que acostumbramos a
adjudicarles.
¿Podrías ampliar este planteamiento?
El mundo adulto y el infantil son por naturaleza opuestos: los
pequeños aprenden jugando, para ellos todo es posible, viven en la
fantasía. Nosotros funcionamos desde la realidad y generalmente desde
nuestros deberes. Esto es lo esencial: desde que nacen hasta los
tres-cuatro años aproximadamente, están regidos por el denominado
principio del placer.
¿Qué significa esto?
Que para crecer sanos, sólo
viven para jugar y para la expansión. Puede que recojan por imitación
los juguetes, pero no lo integran como algo lógico en su vida. A partir
de esas edad, y muy poco a poco, empiezan a asumir que además de jugar
hay que hacer otras cosas que no gustan tanto. Pero lo hacen con ayuda
del adulto. Eso es fundamental. Para ningún niño o niña el “deber”
tiene el sentido que para el adulto. Se lo tenemos que recordar. No
porque sean tontos, sino porque son pequeños. Porque sus necesidades y
las nuestras no tienen nada que ver. Mucho más lentamente de lo que
desearíamos, van asumiendo responsabilidades en su corta vida, pero esto
es realmente difícil para ellos antes de los 6-7 años, edad que la que
finaliza la formación de su carácter.
¿Cómo podemos llegar a entendernos?
Lo primero de todo, cambiando el “chip” y no leyendo en sus actos
malas intenciones, sino inmadurez. Lo segundo, acompañándoles con mucho
cariño y paciencia en las “labores” cotidianas que tengan que ver con
el aseo, comidas, vestirse, etc. Porque para ellos no tienen el mismo
valor que para nosotros. Lo tercero, recordando cómo nos sentíamos
cuando nuestra madre o padre nos reñían, gritaban, pegaban o amenazaban
por no “hacerles caso”, cuando nuestra única intención era seguir
jugando. Y por último, y lo más importante pero difícil por falta de
práctica, acostumbrándonos a relacionarnos en base a “acuerdos” y no
tanto en “órdenes” de que sabe hacia el que “no sabe”, puesto que esa no
es la mejor forma de acompañar en el crecimiento y en la exploración
de la vida a lo que más queremos, nuestros hijos e hijas.
Yolanda González
2 comentarios:
Tengo que leerlo!! Gracias Juani
Ufff y yo!!
Gracias guapa
ANIKA
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