martes, 26 de abril de 2011

Infancia, educación emocional y límites.Por Elena Mayorga

Los bebés uterinos sólo saben vivir, pues es lo único que han conocido desde su concepción, dentro del espacio acogedor y envolvente del seno materno: un medio acuático sonoro y oloroso, en el que fluyen durante nueve meses rodeados de líquido amniótico y en el que las paredes uterinas marcan los límites físicos de su Universo.

Nacemos, pues, con la necesidad imprescindible (para que no se derrumbe nuestro mundo emocional, físico y psíquico) de seguir notando, oliendo, oyendo y sintiendo la presencia física continua de nuestra madre durante algunos meses y años. Necesidad que perdurará hasta el momento en el que hayamos realizado la transición completa a la vida aérea y terrestre. Una vez adaptados a nuestro nuevo medio ambiente, poco a poco podremos ir alejándonos físicamente de nuestra madre con seguridad, sintiéndonos bien con nosotros mismos y sin afectarnos la distancia. Cada persona tiene su propio ritmo de aclimatación, sus circunstancias personales marcarán el tiempo y la forma de realizarla.

Al igual que en lo físico, el niño, comenzó a construir su vida emocional desde su etapa uterina. Con el proceder de su madre y sus reacciones ante los acontecimientos del día a día, el niño fue desarrollando estrategias de supervivencia y patrones de comportamiento. Estos, en muchos casos, no siempre son positivos, madres que han sufrido estrés durante el embarazo tienen hijos más nerviosos y más susceptibles de sufrir ansiedad que madres cuyos hijos vivieron una etapa uterina más pausada y alegre.

Tras el nacimiento, nuestra vida emocional sigue construyéndose influida en grado diferente por diversos factores. El más importante, el nivel de apego que muestre nuestra madre hacia nosotros. Y cuando digo apego, no sólo me refiero al vínculo emocional, sino también al espacio físico. Cuanto más notemos el contacto directo con nuestra madre, mejor salud emocional y física tendremos, no sólo durante nuestra niñez, sino también durante nuestra vida adulta.

Al igual que en lo físico, en lo psíquico y en lo emocional, los bebés también necesitan un apoyo continuo durante los primeros meses y años de vida. Los bebés y los niños precisan un acompañamiento emocional de sus progenitores, una guía, unos límites, para crecer como personas plenas para en el futuro, convertirse en adultos coherentes y lograr un feliz equilibrio en sus vidas. No estamos hablando de que necesitan oír siempre NO, de vivir sometidos a miles de normas arbitrarias y de que se les restrinja su libertad de acción, ante todo, los niños para formarse, deben tocar, jugar, investigar cómo son las cosas, cómo se comportan los adultos, cómo son los otros niños, cómo funciona la vida. Pero, para hacerlo, necesitan tener a su lado unos padres congruentes que les muestren tanto en lo vital, como en lo social, modelos de comportamiento sanos, asertivos y equilibrados. Necesitan, unos padres que les acompañen para que desarrollen plenamente su potencial emocional.

Aquí estamos ante un tema muy controvertido, pues no es difícil encontrarnos con modelos de crianza coercitivas donde los padres ignoran la necesidades emocionales de sus hijos. Existen dos tipos que, por diferentes entre ellos, son especialmente significativos.

En el primero,
nos encontramos con padres abusivamente autoritarios o severos con sus hijos, estos padres, convierten la vida de sus vástagos en un infierno de normas y conductas. Todo en la vida diaria es controlable: juegos, comportamiento, reacciones e incluso, funciones fisiológicas como ir al baño, dormir o comer. Los hijos de estas personas excesivamente cuadriculadas acaban perdiendo todo su candor e imaginación para convertirse en adultos inflexibles, egocéntricos, agresivos y emocionalmente dañados por la pérdida de tantas y tantas experiencias infantiles que no pudieron realizar por estar prohibidas. Por desgracias, los malos tratos físicos, pues los psicológicos son evidentes, suelen ser frecuentes en este tipo de crianza.

Por otro lado, tenemos a los padres que dejan a los niños sin indicaciones emocionales, les dan carta blanca para todo, no les explican que sus acciones, por bienintencionadas que puedan ser, pueden dañar a otra persona y se escudan en la defensa de la libertad individual de sus hijos para justificar su método de crianza. Por desgracia, estos niños, no llegan a desarrollar de forma correcta la empatía, el altruismo o la cualidad de cooperar con otros por el bien común. La libertad de una persona, no debe conculcar jamás la libertad de otra. Sin embargo, los padres de estos niños, si sus hijos pegan, les dejan; si quieren el juguete de otro niño, mamá o papá se lo piden prestado o el niño se lo arranca de las mano; si el otro niño está jugando con un juguete suyo y le apetece jugar con él, le piden al otro niño que lo devuelva para que su hijo juegue; si alguien se atreve a decirle algo a sus niños, por justa que sea la amonestación (hay que tener en cuenta que los niños muy pequeños no saben defenderse de todas las agresiones) los padres reaccionan de forma airada, incluso llegando a ser violentos. Y el problema es que, entonces, sus hijos crecen pensando que tienen derecho a poseerlo todo, a ser los primeros en todo, a pegar a quienes quieran, a jugar con lo que quieran. Curiosamente, estos padres suelen ser personas que sufrieron en su día una crianza restrictiva del primer tipo del que hemos hablado.

Como consecuencia de esta educación en la que los niños carecen de un modelo claro, volvemos a encontramos con adultos egocéntricos, con baja autoestima, muchas veces desubicados y emocionalmente desequilibrados.

Los extremos se tocan, unos padres y otros se observan con desprecio cuando lo paradójico es que, en el fondo, sus hijos acabarán estando igual de dañados, emocionalmente hablando.

Como siempre, la solución está en el equilibrio. El niño debe crecer en libertad, debe experimentar, mancharse, rebozarse en la arena, saltar, jugar, reír, correr, desarrollar sus habilidades manuales e intelectuales, pero el niño también necesita unos límites básicos, la guía de un adulto que respete sus tiempos de maduración, que le diga de forma amable y cariñosa (todas las veces que haga falta) que no se puede y porqué no se debe pegar a los demás, que se pueden compartir los juguetes y el espacio, que no tiene porqué ser siempre el primero en recibir todas las cosas, que no puede enfadarse porque alguna vez no consiga todo lo que quiere. En definitiva, los niños precisan para su desarrollo psíquico y emocional de la presencia protectora de un adulto comprensivo, no directivo, pero que sepa marcar de forma suave y no coercitiva los límites mínimos e imprescindibles para alcanzar un crecimiento emociona saludable. Cuando somos bebés y niños, también necesitamos, además de los brazos físicos, unos brazos emocionales y una presencia continua donde asirnos y agarrarnos para no perdernos en la inmensidad de la vida sensitiva del ser humano.

Cuando somos bebés uterinos acuáticos, nuestro Universo físico se puede palpar sin problemas, podemos tocar todos sus límites marcados por las paredes uterinas. Al transitar hacia la vida terrestre y aérea, si nos acompañan, nos cogen, nos respetan y cuidan y miman nuestra salud emocional, iremos poco a poco desprendiéndonos de la necesidad de una presencia física para vivir sin miedos o temores. Con una crianza afectuosa y sensible no restrictiva, lograremos tener confianza en nosotros mismos, respeto por nuestras singularidades, por las de los demás, por la comunidad y podremos convertirnos en adultos libres cuyo Universo físico y mental será ilimitado.

Esta es la teoría, qué hacer en la práctica:

Podemos, simplemente, empezar por escuchar al niño. Si aún no habla, comprender el porqué de sus acciones ¿por qué pega? ¿por qué grita? ¿por qué se comporta de esta manera?

El niño que quiere transmitir su temor, sus carencias, sus necesidades lo hace a través del llanto, de la rabia, la ira. Démosles unas paredes donde asirse con nuestra comprensión, con nuestro cariño, con nuestra presencia física y con nuestra determinación por realizar una crianza afectuosa no directiva.

http://www.mentelibre.es/?p=1006

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