Es obvio que las personas necesitamos el contacto humano, como el aire que respiramos, como el agua que bebemos. Siempre me he preguntado con temor como vive un niño la falta de esa necesidad primaria en mitad de la noche. En este artículo del psícologo Ramón Soler, la experiencia de uno de sus pacientes relatada en unas de sus sesiones. Artículo completo aquí.
Desde
hace mucho tiempo, deseaba escribir un artículo sobre cómo viven, sufren y
sienten los niños pequeños, en sus carnes, los métodos conductistas que muchos
expertos recomiendan para enseñarles a dormir. La celebración del Día
Internacional del Sueño Feliz, el próximo día 29 de junio, me ha dado el empuje
que necesitaba para ponerme al teclado.
Desde
mi experiencia profesional, ayudándome de las Técnicas Regresivas, he podido
acompañar a muchas personas a revivir situaciones que les marcaron
negativamente en su infancia y que les impedían, muchos años después, ser
felices en su vida presente. Estoy convencido de que si los profesionales y los
padres pudieran ponerse en el lugar de los niños y supieran cómo les afectan
estos métodos de adiestramiento, no serían capaces de defenderlos ni de
aplicarlos.
Aún
no han llegado a mi consulta adultos que hayan sido víctimas del conocido
“método Estivill”, pero, todos sabemos que el famoso doctor no ha inventado
nada y que estas técnicas restrictivas de adiestramiento llevan aplicándose
desde hace muchísimo tiempo.
Mi intención con esta entrada es darle voz
a los que todavía no pueden hablar y a los que, aun sabiendo hablar, no son
escuchados. De una vez por
todas, tenemos que ser conscientes de las verdaderas consecuencias que tiene
física, emocional y psicológicamente, el dejar a un niño llorando solo en su
cuna. A todos los que defienden estos
métodos, alegando que el niño se duerme y no le sucede nada, yo les digo que SI que pasa. La sensación de soledad, de desamparo, de
que nadie se preocupa por ti y de que, aunque llores, no va a servir de nada y,
sobre todo, el sometimiento y el terminar replegándose sobre uno mismo para
poder economizar fuerzas y poder sobrevivir, dejará una profunda huella en la
personalidad de ese niño. Cuando sea un adulto inseguro, carente de empatía,
sumiso frente a sus superiores, pero implacable con los más indefensos, cuando
no se defienda aunque le estén exprimiendo porque piense que no sirve de nada y
que es mejor quedarse como está, lo único que estará haciendo, será repetir
inconscientemente todo lo que aprendió cuando le dejaban solo en la cuna.
Para
que no sufra ningún niño más y para que algunos dejen de lucrarse con el dolor
de los más pequeños, me gustaría dejaros un breve extracto de una de las
muchísimas sesiones, que he realizado a lo largo de los años, en la que se
puede constatar de primera mano, cómo y qué siente un niño abandonado en su
cuna.
Álvaro
acudió a consulta por “un problema con la gente”. Era incapaz de expresar su
opinión y defenderse cuando alguien le llevaba la contraria o le recriminaba
algo. Su introversión era tan extrema que, incluso, él mismo había llegado a
pensar que podría ser Asperger (un trastorno del espectro autista). Toda esta
situación mermaba su autoestima y le tenía al borde de la depresión.
En
una de las sesiones que Álvaro realizó durante su terapia, fuimos retrocediendo
hasta llegar a una escena en la que se veía en su cuna, siendo bebé.
(he mantenido el estilo original para conservar el realismo)
(he mantenido el estilo original para conservar el realismo)
“Ramón Soler: ¿Cómo es el sitio donde
estás?
Álvaro: Soy muy pequeño, como un bebé.
Estoy tumbado boca arriba. Parece que es una cuna, veo barrotes metálicos.
RS: ¿Cómo te sientes ahí?
A: Me veo agitado, no paro de moverme.
Parece que estoy llorando.
RS: Ahora vas a tomar unas respiraciones
profundas y vas a conectar mucho más con ese bebé. Vas a meterte en la piel del
bebé para poder sentir todo lo que le pasa.
A: Estoy solo. Es de noche y hay sombras
que me asustan, encima de la cuna. Tengo miedo. Miro a todos lados, buscando a
alguien, pero no hay nadie.
(Álvaro comienza a agitarse en el sillón)
RS: ¿Qué pasa entonces?
A: No quiero estar solo. Me asusta todo.
Lloro, llamando a mi mamá, pero no me escucha.
RS: ¿Dónde está tu madre?
A: No sé… oigo ruidos y voces fuera. Está
con otra gente, amigos suyos. No se ha ido. Está en el salón, pero no viene.
(llora)
¡Mamá, mamá! ¿por qué me dejas aquí solo?
¿por qué no vienes?
La llamo y la llamo, pero no viene. Nunca viene.
Pero no me entiende. No sé hablar, sólo puedo llorar.
RS: ¿Y qué haces cuando tu mamá no viene?
A: Lloro y me quejo, pero al final me
callo. Me relajo, pero por dentro no estoy relajado. Es como que sé que ella no
va a venir y bajo los brazos. Bajo los hombros. (solloza)
Me doy la vuelta y me encojo, casi en
posición fetal. Al menos, así estoy más protegido. Cierro los ojos y también
cierro los oídos, dejo de oír las voces que vienen de fuera. Me repliego sobre
mí mismo. No quiero saber nada de fuera.
RS: ¿Y cómo te sientes entonces?
A: Me viene la palabra “desesperanza”. Es
como que no hay nada que hacer salvo quedarse quieto y dormir. ¿De qué sirve
llorar si no te hacen caso?
RS: De toda esa escena de la cuna, ¿qué se
mantiene todavía en tu presente? ¿te resulta familiar esa reacción?
A: Sí, cada día. Cuando conozco a alguien
nuevo, me cuesta mucho abrirme. No me fio. Siempre tengo la sensación de que me
la va a jugar. Mantengo conversaciones superficiales, pero no me abro.
No merece la pena esforzarse con la gente.
¿Para qué, si tarde o temprano te defraudan? Poco a poco me voy encerrando más.
He perdido muchos amigos por esto.”
La
sesión continuó y la terminamos buscando maneras más sanas de relacionarse con
los demás. Revivir esta escena le permitió, a Álvaro, entender que no todas las
personas tienen por qué abandonarle y no hacerle caso, y que ya no tiene que
encerrarse en sí mismo como hizo de pequeño.
Hay
que aclarar que este no es el único hecho traumático que tuvo lugar en la vida
de Álvaro. Por algunas de sus expresiones, podemos deducir que esta no fue la
única vez que su madre le dejaba solo en la cuna para que se durmiera, mientras
ella estaba con sus amigos. También vivió otras situaciones en casa y en el colegio
que le hicieron reforzar su patrón de desconfianza hacia los demás y de buscar
refugio en sí mismo, pero esta escena de la cuna tuvo un gran peso en el inicio
de sus problemas de su vida adulta.
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