Uno de los niños de una clase de educación infantil preguntó:
- Maestra… ¿qué es el amor?
La maestra sintió que la criatura merecía una respuesta que estuviese
a la altura de la pregunta inteligente que había formulado. Como ya
estaban en la hora del recreo, pidió a sus alumnos que dieran una vuelta
por el patio de la escuela y trajeran cosas que invitaran a amar o que
despertaran en ellos ese sentimiento.
Los pequeños salieron apresurados y, cuando volvieron, la maestra les dijo:
- Quiero que cada uno muestre lo que ha encontrado.
El primer alumno respondió:
- Yo traje esta flor… ¿no es bonita?
A continuación, otro alumno dijo:
- Yo traje este pichón de pajarito que encontré en un nido… ¿no es gracioso?
Y así los chicos, uno a uno, fueron mostrando a los demás lo que habían recogido en el patio.
Cuando terminaron, la maestra advirtió que una de las niñas no había
traído nada y que había permanecido en silencio mientras sus compañeros
hablaban. Se sentía avergonzada por no tener nada que enseñar.
La maestra se dirigió a ella:
- Muy bien, ¿y tú?, ¿no has encontrado nada que puedas amar?
La criatura, tímidamente, respondió:
- Lo siento. Vi la flor y sentí su perfume, pensé en arrancarla pero
preferí dejarla para que exhalase su aroma durante más tiempo. Vi
también mariposas suaves, llenas de color, pero parecían tan felices que
no intenté coger ninguna. Vi también al pichoncito en su nido, pero…,
al subir al árbol, noté la mirada triste de su madre y preferí dejarlo
allí… Así que traigo conmigo el perfume de la flor, la libertad de las
mariposas y la gratitud que observé en los ojos de la madre del
pajarito. ¿Cómo puedo enseñaros lo que he traído?
La maestra le dio las gracias a la alumna y emocionada le dijo que
había sido la única en advertir que lo que amamos no es un trofeo y que
al amor lo llevamos en el corazón.
“El amor es algo que se siente. Hay que tener sensibilidad para vivirlo.”
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