sábado, 7 de abril de 2012

Detrás del enojo, detrás de la ira.





A diario compruebo que en nombre del “amor, la serenidad y la armonía” se oprimen, censuran, enmudecen, juzgan, expresiones y manifestaciones que no son otra cosa que un grito desesperado del dolor endurecido que las personas guardan en sus corazones.
El enojo y la ira son la expresión dura del dolor.
El enojo habla de las necesidades básicas insatisfechas de un ser humano, el enojo habla de las necesidades emocionales no escuchadas, el enojo habla de las exigencias externas que se hacen internas por temor a no “pertenecer” y ser víctima de la dolorosa experiencia de rechazo, exclusión y discriminación, el enojo habla de la impotencia que se experimenta frente a la desigualdad de condiciones, el enojo habla del abuso recibido, el enojo habla de los derechos ultrajados, el enojo habla de los dolores no abrazados, el enojo cuenta la ausencia de amor.
Vivimos tiempos intensos, las expresiones de ira, de enojo, de dolor ya están a flor de piel, se hacen incontenibles. El aspecto más sensible y puro de nosotros mismos, el niño interior, dice: “ya no puedo más”. Alza su voz silenciada para declarar su incapacidad para acompañar las exigencias de una humanidad deshumanizada.
La anestesia emocional, el vacío frente a una vida sin sentido trascendente, la insatisfacción de los que tienen y los que no tienen es del mismo calibre.
Todos sufren, ya no hay distinción de razas, nivel académico, posición económica, credo que nos diferencie. Somos uno en el dolor, somos uno en el corazón.
Lo único que nos salvará es apostar al amor…apostar al amor.



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