lunes, 8 de noviembre de 2010

En Laos los niños no lloran (Irene Garzón)

En Noviembre de 2009 pasé unos 20 días en Laos con mi marido. Recorrimos el país de norte a sur, a nuestro ritmo, ya que no teníamos ruta fija ni los días contados. Laos es un país poco explorado por el turismo ya que solo hace 10 años que se puede visitar libremente. Hasta entonces, las fronteras estaban cerradas a los turistas. Como tal, la influencia que este sector ha ejercido en su sociedad, no ha sido muy grande y hace que la gente se muestre tal y como es a quienes se acerquen a ellos.


Tras unos días en este país, nos dimos cuenta de que “algo extraño” pasaba en Laos. Al poco tiempo nos dimos cuenta de que lo que nos llamaba la atención era que no habíamos oído llantos de niños desde que habíamos entrado en ese país. Al principio no le dimos demasiada importancia y lo achacamos a que simplemente no habríamos coincidido con muchos niños, o con niños llorones, porque ¿cómo no iban a llorar los niños allí? Los niños, sobre todo los que aún son muy pequeños y no hablan, se comunican a través del llanto. Esa es su forma de decir que están incómodos, que les duele algo, que algo no les gusta… es su forma de avisar a los suyos de que algo no va bien.

Con esa primera sospecha, empezamos a fijar nuestra atención en los niños y sobre todo en el papel de los niños en la sociedad laosiana. Pronto empezamos a entender la principal diferencia entre los laosianos y los occidentales. Estos niños no son el centro de atención de las familias. Son uno más. Están bien atendidos, sin ninguna duda, pero los adultos no paran su ritmo de vida por ellos. Si hay un bebé en la familia, todos los miembros se ocupan de él pero ninguno en especial. Si necesita un cambio de pañal, alguien lo cambia, y si el bebé rechista, inmediatamente alguien lo coge en brazos. Si el bebé se calma, esa persona sigue con lo que estaba haciendo, con el bebé a cuestas.

Aún hay más. La inmensa mayoría de los laosianos llevan un pañuelo grande atado a modo de bandolera y según vimos, lo llevan vacío, sin niño. Sólo ponen ahí al pequeño cuando éste lo pide.

Un día en un hotel-restaurante regentado por una familia, nos estuvimos fijando en los tres hermanos que estaban allí. Dos eran chicas preadolescentes y el tercero era un niño de unos 18 meses. Éste estaba todo el rato en brazos de una de sus hermanas. Las chicas estaban con los clientes, risueñas y simpáticas con todo el mundo. Cuando llegó un occidental de unos 30 años, supongo que huésped del hotel, las dos fueron a estar con él y hablaban animadamente entre los tres. Ese chico hablaba laosiano, por lo que era de entender que para él fuese más fácil entablar amistad con ellas. En un momento determinado, la chica que tenía al bebé en brazos, le dio el niño a este chico y fue un momento realmente cómico, pues se le veía muy incómodo, sujetando al bebé con los brazos estirados sin saber muy bien qué hacer con él. Las hermanas reían y volvieron a coger al niño que cómodamente volvió a sentirse a gusto en el regazo conocido.

En Laos, todo el mundo coge a los niños, todo el tiempo, siempre que estos lo requieren y no se plantean qué deben hacer con ellos o cómo cogerlos porque es algo que han hecho siempre. Sin embargo para un occidental, tristemente muchos de nosotros, la primera vez que cogemos a un bebé en brazos con cierta frecuencia, suele ser a nuestro propio hijo, y es muy normal oir comentarios de padres primerizos sobre el miedo que tienen a coger a su hijo, a no saber cómo hacerlo, el temor a hacerles daño… Si a esto añadimos las opiniones de supuestos expertos que nos hablan de lo malísimo que es coger a los niños en brazos porque los malcriamos, los hacemos dependientes, luego no van a querer más que brazos, brazos…

En Laos los niños y los adultos son felices, no están “malcriados” y cada uno asume las responsabilidades que pueden asumir a la edad que tienen. Cuidar del más pequeño es responsabilidad de todos desde que pueden hacerlo.

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