Con ideas como estas, la sociedad da pasos que nos hacen crecer sabiendo que el mundo es un lugar agradable y lleno de cariño. Menos sillas de pensar en soledad, y más sillas de amor y acompañamiento.
Artículocompleto en Aulas creativas.
Un día de
clase, cuando les propuse a mis alumnos escribir una simple frase, uno de los
niños levantó la mano para confesar, no sin cierto pudor y timidez, que él no
sabía escribir.
Era toda
una declaración de sus supuestas limitaciones. Yo no tenía ninguna duda de que
habría otros en su misma situación, y que lo que acababa de decir serviría para
el resto. Así que le respondí: "Todos sabemos escribir, a nuestra manera.
Lo único que tenemos que conseguir és que los demás nos entiendan".
Finalmente, el niño escribió la frase, y se sintió feliz y orgulloso por
haberlo conseguido. Al cabo de los días, su alegría fue creciendo al comprobar
que todos le entendíamos más y mejor.
Era el
principio de curso de primero de Primaria, y nos embarcábamos en el océano del
aprendizaje en el barco "El Cervantes", por el que viajamos a un
montón de islas del saber. Si nuestro periplo tuvo éxito fue porque todos
éramos conscientes de que lo importante no era llegar antes, sino asegurarnos
de que el barco llegaba a buen puerto de una sola pieza. Todos pusimos
esfuerzo, ilusión y ganas de aprender, por gusto y no por obligación. Los
deberes se convirtieron en placeres y las obligaciones en devociones.
Vuelvo al
primer día de ese curso: recompensamos el esfuerzo de ese niño con abrazos
intensos, efusivos y cariñosos por parte de todo el grupo. Tan fuerte fue la
oleada de apoyo que tuvo que sentarse en una silla para poder aguantar la
avalancha de entusiasmo.
Así fue
como surgió "la silla de los abrazos".
Estamos en
un nuevo año y un nuevo curso, y nuestra silla, diferente pero igual, preside
el aula. Lista para ser el receptáculo de las emociones intensas que se
experimentan a esa edad, y para ayudarnos en la ruta que seguirá nuestro barco
este año.
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http://aulascreativas.net/aulas/la-silla-de-los-abrazos/las-islas-del-saber?v=1#sthash.dbhpFNL7.dpuf
Un
día de clase, cuando les propuse a mis alumnos escribir una simple
frase, uno de los niños levantó la mano para confesar, no sin cierto
pudor y timidez, que él no sabía escribir.
Era toda una declaración de sus supuestas
limitaciones. Yo no tenía ninguna duda de que habría otros en su misma
situación, y que lo que acababa de decir serviría para el resto. Así que
le respondí: "Todos sabemos escribir, a nuestra manera. Lo único que
tenemos que conseguir és que los demás nos entiendan". Finalmente, el
niño escribió la frase, y se sintió feliz y orgulloso por haberlo
conseguido. Al cabo de los días, su alegría fue creciendo al comprobar
que todos le entendíamos más y mejor.
Era el principio de curso de primero de Primaria, y
nos embarcábamos en el océano del aprendizaje en el barco "El
Cervantes", por el que viajamos a un montón de islas del saber. Si
nuestro periplo tuvo éxito fue porque todos éramos conscientes de que lo
importante no era llegar antes, sino asegurarnos de que el barco
llegaba a buen puerto de una sola pieza. Todos pusimos esfuerzo, ilusión
y ganas de aprender, por gusto y no por obligación. Los deberes se
convirtieron en placeres y las obligaciones en devociones.
Vuelvo al primer día de ese curso: recompensamos
el esfuerzo de ese niño con abrazos intensos, efusivos y cariñosos por
parte de todo el grupo. Tan fuerte fue la oleada de apoyo que tuvo que
sentarse en una silla para poder aguantar la avalancha de entusiasmo.
Así fue como surgió "la silla de los abrazos".
Estamos en un nuevo año y un nuevo curso, y
nuestra silla, diferente pero igual, preside el aula. Lista para ser el
receptáculo de las emociones intensas que se experimentan a esa edad, y
para ayudarnos en la ruta que seguirá nuestro barco este año.
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