lunes, 27 de junio de 2011

LIBERTAD, LIBERTAD

Del drae

libertad.

(Del lat. libertas, -ātis).

1. f. Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.

2. f. Estado o condición de quien no es esclavo.

Ando hoy conversando vía Twitter sobre lo liberadas que estamos las mujeres en Occidente. La discusión surge a raíz de un post aparecido en los blogs de El País, titulado “¿Concilia qué? (SOS acaba el cole)”, que por supuesto trata del tema del momento. Los coles se acaban y los niños ¿dónde van?

¿Esclavas de nuestra propia libertad? Pregunta madrescabreadas, que, como yo, optó por la opción del teletrabajo, con todos sus pros y sus contras – aunque en mi opinión y con una buena organización y corresponsabilidad, tiene más pros que contras, a la sociedad aún le queda mucho por madurar la idea de que quién está en casa trabajando, está trabajando de verdad y a veces más que el que va a la oficina y se la pasa de cháchara en la máquina del café.


Las mujeres en los últimos años hemos accedido al mundo masculino de la producción. En Occidente trabajar es sinónimo de producir, aunque las mujeres trabajan y han trabajado más allá de las labores de cuidado durante toda su existencia. El problema surge porque el mundo masculino de la producción no está adaptado a niños y los niños ¿dónde van?

Hablar de conciliación no puede pasar por montar más campamentos de verano, sobornar a los abuelos mediante chantaje emocional, escolarizar a los niños nada más nacer o contratar una señora que a su vez tiene que mandar a sus hijos a un campamento de verano o chantajear a su madre para que cuide de sus propios hijos.
Las mujeres – y los hombres – nos hemos dejado engañar. En este mundo moderno hemos comprado la idea de que quién se queda en casa cuidando de la prole es una esclava alienada por su instinto maternal, mientras que la que sale de casa a cuidar a la prole de otra está liberada y realizada. El trabajo productivo puede realizar o no y la mayoría de las mujeres – y los hombres – del mundo trabajan en trabajos repetitivos, carentes de creatividad, aburridos y alienantes, mientras sus hijos son criados por terceros o en instituciones.

Hablar de corresponsabilidad no tiene sentido mientras los trabajos de cuidado no estén considerados socialmente y para eso, hay que empezar por darles un valor económico. Prolongar obligatoriamente las bajas paternales puede conducir – tal vez no en tu caso, seguro que no, pero sí en otros muchos – a una situación en la que la madre no sólo tenga que cuidar de sus hijos, sino que además tenga al macho alfa apalancado en casa, incordiando. Si educar para la corresponsabilidad fuera fácil no estaríamos así. A nadie le gusta verse obligado a desempeñar una tarea que considera degradante. La educación es imprescindible, pero va lenta y mientras tanto, los niños ¿dónde van?

Aprender a decir que no puede sernos útil a las mujeres si escogemos con acierto el objeto de nuestra negativa. Lamentablemente la sociedad nos vende que los opresores son menores de edad, tienen ojos grandes y son capaces de manipularte a base de llantos y sonrisas, como si no fuera mucho más sencillo manipularte mediante la amenaza de un despido (por ejemplo). La pedagogía perversa en la que los niños son considerados tiranos sigue siendo la corriente mayoritaria, sólo hay que ver algún que otro programa de la tele. El mito de la madre abnegada y esclava que no sólo da su vida por sus hijos – acto que puede suceder si tu hijo se cae a un río – sino que además cede todas sus parecelas de identidad a favor de su familia – en la que se incluye al marido, el mismo macho alfa, porque los otros no permiten esta aberración – sólo ha sido sustituída en parte por el mito de la superwoman, un ideal imposible de alcanzar que nos mantiene a todas corriendo de acá para allá sin descanso y encima impecables.

Y mientras, las tasas de natalidad cayendo en picado, como no podía ser de otra forma.

Limpiar retretes ajenos libera y amamantar esclaviza. Ése es el mensaje que las mujeres occidentales hemos comprado.

Sí, es hora de decir que no, pero hay que saber a quién se le dice, para no correr el riesgo de decírselo a tus hijos o a ti misma.

La maternidad es un derecho. La paternidad también. Y como tal hay que pelearlo. No poder tener hijos hasta los cuarenta, no poder amamantarlos, cuidarlos, acompañarlos al médico, o disfrutar con ellos del verano, si no es una decisión libre, nos convierte en esclavas. Hacerlo en detrimento de nuestra independencia económica nos convierte en esclavas. Y en una maniobra perversa cargamos las culpas en nuestro derecho a ser madres.

La maternidad debe estar protegida por el estado. Tras el parto, en invierno, en verano, en las bronquitis y en los puentes. Ésa es la única manera de que se pueda conciliar, exigir corresponsabilidad y aprender a decir que no para educar a las generaciones futuras en una concepción de la vida, del mundo y de la familia más justa.

Curiosamente los países que protegen la maternidad tienen además más altas tasas de natalidad de Occidente, mayor número de mujeres en altos cargos, mayores tasas de lactancia materna, menor morbi-mortalidad en los partos, menos cesáreas, menos epidurales, menos episiotomías, menos fracaso escolar y mayor concienciación sobre violencia de género, hasta el punto de haber abolido la prostitución reduciendo así cosas tan horribles como el tráfico de mujeres (esto lo digo por todos aquellos modernos que consideran que las prostitutas ejercen su trabajo libremente). Sus economías además son más sostenibles.

Después de los pigmeos Aka, los mejores padres del mundo son los suecos. Yo, como las suecas, lo quiero todo. Así sí me consideraré liberada. Y mis hijas no saldrán perdiendo, que todavía me parece más importante.

Hace tiempo leí a un economista en El País que aseguraba que en el apogeo de un mundo absolutamente liberal, la maternidad se pagaría a precio de oro. Yo no quiero eso, pero si es preciso puedo hacer las cuentas.


http://www.sermamas.es/actualidad/libertad-libertad/

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