Perdidos en el consumo de bienes materiales, olvidamos que estamos recordando el nacimiento del Niño Jesús y el mensaje de amor que traía consigo. Habitualmente estamos abocados a saber quién regaló qué cosas, quien se olvidó, quien cumplió con todos y si nuestra familia ha sido justa en la repartición de los obsequios. También comemos con exageración. Brindamos y bebemos más que de costumbre. Y a la cama. Si ésa ha sido la realidad durante los últimos años de festejos familiares, quizás podamos hacer pequeños movimientos que nos satisfagan más y que llenen de sentido esas noches tan especiales. Tal vez podamos volver a cierta intimidad, reunirnos con pocas personas y regalar a cada uno un escrito colmado de agradecimientos. Y para los niños, algo fuera de lo común, soñado, imaginado y en lo posible no muy caro. Los niños tienen derecho a recibir una hermosa carta escrita por Papá Noel felicitándolos por sus virtudes, firmada con letra dorada. Alguien puede regalar un breve concierto de piano o una pieza tocada en flauta dulce. Podemos abrir los álbumes de familia y mirar fotos viejas durante horas, mientras los niños descubren a sus abuelos con cabello, a sus padres siendo niños y a novios y novias que quedaron en el olvido. Sería emocionante ofrecer a los comensales dos minutos de tiempo para pedir un deseo en voz alta, comprometiéndonos a intervenir para que se haga realidad. Y desde ya, podemos hacer silencio. Pensar. Meditar. Rezar. Ponernos las manos en el corazón. Darnos cuenta que estamos juntos. Contarles a los niños algo relativo al nacimiento de cada uno de ellos. En fin, cualquier gesto amoroso, cargado de ilusión y respeto, que nos recuerde por qué estamos juntos, es perfecto para un verdadero día de fiesta compartida.
¿Y si hay familiares que no están dispuestos a modificar las rutinas repetidas en años anteriores? No pasa nada. Pero hay algo que sí podemos hacer: revisar si el modo en que históricamente hemos celebrado, ahora encaja con nuestra realidad. Por ejemplo, evaluemos si con bebes muy pequeños, vale la pena estar lejos de casa hasta altas horas de la madrugada, o si es saludable someter a los bebes, a ruidos y música inadecuados. Observemos si nuestros niños se sienten cómodos entre familiares que ven una sola vez por año. Registremos si estamos arrastrando a nuestros cónyuges a circuitos donde no son bienvenidos o se sienten incómodos. Examinemos si nuestro deseo está alineado, o bien si seguimos mandatos obsoletos como por ejemplo asistir a la casa de tal rama de la familia, porque siempre ha sido así y nunca nadie lo ha cuestionado. En cualquier caso, evaluemos si hemos organizado los festejos de fin de año de acuerdo a nuestra realidad familiar o en cambio, en base a los mandatos establecidos.
Sin ninguna duda -si hemos extraviado el sentido profundo de estas reuniones- los niños no tardarán en manifestar sus incomodidades a través de enfermedades, llantos o simplemente portándose muy mal. Si ése fuera el caso, en lugar de castigarlos, examinemos si hemos arrastrado a toda nuestra familia a un sitio absurdo, justo cuando era momento de encontrarnos con nosotros mismos.
Laura Gutman.
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