Ahora te voy a contar una bella historia, la de la estadounidense Carolyn Isbister, madre de dos niños, Samuel de 10 y Kristien de 8, que aseguró cuando se quedó embarazada de su tercero, Rachael diciendo:“estábamos aterrados de perderla. Yo había sufrido ya tres abortos espontáneos anteriormente, así que no creíamos que hubiera muchas esperanzas.
Cuando Rachael nació, estaba gris y sin vida. El doctor solo le echó un vistazo y dijo: No. Ni siquiera intentaron ayudarla a respirar, dijeron que eso prolongaría la agonía. Simplemente todos se rindieron”. Todos, menos su madre.
Un abrazo lleno de amor… el de una madre, fue lo que salvó la vida de su hija prematura Rachael; nacida tras solo 24 semanas de gestación y con un peso de 600 gramos. La pequeña Rachael tenía tan pocas esperanzas de sobrevivir que los médicos que atendían el parto ni siquiera lucharon., Ni la intentaron reanimar ya que apenas le quedaba unos minutos de vida. Pero –como he dicho antes- un abrazo, el de su madre, fue la mejor reanimación… Rachael respiró, lloró y luchó. Hoy es un bebé sano. Nos dice Carolyn –su madre- “fue ese primer abrazo el que le salvó la vida y estoy muy contenta de haber confiado en mi instinto y haberla levantado y abrazado cuando lo hice. De otro modo, no estaría aquí hoy”. Carolyn Isbister está convencida de que fue su gesto el que salvó la vida de su pequeña y luchadora hija Rachael.
Y ella no es la única, Ian Laing, un neonatólogo del hospital en el que nació Rachael, afirmaba: “Todos los signos indicaban que la pequeña no lo lograría, y tomamos la decisión de permitirle a la madre ese abrazo; era todo lo que podíamos hacer. Dos horas después esa cosita diminuta estaba llorando. Era un bebé milagro. No he visto nada así en mis 27 años de práctica.
No tengo la menor duda que el amor de esa madre salvó a su hija. Y es que la historia de Rachael es una historia de puro amor. Del amor de unos padres que (cuando los doctores se rindieron, asegurando que a la recién nacida le quedaba minutos de vida) la sacaron de su manta y la pusieron en el pecho de su madre
“No quería que muriera con tanto frío y la puse sobre la piel para calentarla. ¡Sus pies estaban tan fríos!. Era el único abrazo que le podía dar, así que quería recordar el momento”, explica Carolyn.
Entonces sucedió algo extraordinario. El calor de la piel de su madre hizo que el corazón de Rachael, cuyo corazón latía una vez cada diez segundos, empezara a latir apropiadamente, lo que le permitió inhalar un poco de aire por sí misma, “Pero ella aguantaba, y entonces, increíblemente, el color rosado volvió a sus mejillas. Estaba cambiando del gris al rosado, allí, enfrente de nuestros ojos. También empezó a mejorar su temperatura”.Inmediatamente se conectó a la niña a un ventilador y ella continuó haciendo progresos, recibiendo cuidados paliativos. Ahora si había esperanza.
Debido a que Rachael sufrió falta de oxigeno, los doctores dijeron que había un alto riesgo de daño en su cerebro; pero los estudios realizados con posterioridad no mostraron ningún problema. A medida que pasaban los días, Rachael empezaba a ganar fuerza y peso, recibió tratamiento de láser para salvar su vista, porque los vasos sanguíneos no habían tenido tiempo de desarrollarse mientras estuvo en el útero y recibió también seis transfusiones de sangre “No podíamos creer que lo estuviera haciendo tan bien: su ritmo cardiaco y su respiración a veces caían sin previo aviso, pero ella seguía luchando y cada día estaba más fuerte. Cinco semanas después le fue retirado el ventilador y pude darle el pecho”, relata Carolyn. A los cuatro meses de su nacimiento llegó la autorización del hospital para llevar a la pequeña Rachael a su casa. Sus padres nunca creyeron que ese día llegaría, y sin embargo ese día se hizo realidad. La pequeña pesaba más de tres kilos y medio (el peso aproximado de un recién nacido no prematuro), tenía un saludable apetito y se encontraba en buen estado de salud. La madre de Rachael, químico de 36 años en West Lothian, aseguró que la pequeña había sido una autentica luchadora “Es un milagro que esté entre nosotros” “Le encantan mis abrazos y puede dormir horas y horas, acurrucada en mi pecho”, explicó con la pequeña en su casa, y una vez superados los difíciles momentos.
Porque tanto Carolyn como su marido, David Elliot , estaban exultantes cuando ella se quedó embarazada. En el control de las 20 semanas que le realizó el Hospital Real de Edimburgo los doctores les dijeron que era una niña., y decidieron llamarla Rachael. Cuatro semanas más tarde, en la 24 de gestación, una infección los llevó a un parto prematuro.
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