Mayo 13, 2010 por elblogdesina
Participando en los grupos de apoyo mutuo, los foros de Crianza con apego, los libros de fomento de la crianza natural, conferencias y todo el bombardeo afín, me sorprende constatar una y otra vez que parece ser que en realidad sólo se persigue un fin: apoyar a nuestros hijos de pequeños -ahora- para fomentar su independencia más adelante, no dejarlos llorar para aumentar su autoestima de mayores, cogerlos en brazos para estrechar el apego, darles teta para que estén mejor alimentados, etc.
Me da la sensación que se cría con un método u otro para lograr un objetivo. ¿Hemos tenido hijos para lograr un buen producto acabado o porque llegado un momento la propia naturaleza humana nos invade de tal forma que hay una especie de necesidad de procrear?
Si no encerraríamos a nuestra madre a que llore sola en una habitación hasta que se le pase, ¿por qué hacerlo con un bebé?
Si no le colgamos el teléfono a la amiga que siempre llama a deshoras para contar la misma aburrida historia, ¿por qué cuesta tanto levantarse a atender a nuestro propio hijo que se siente solo de noche?
Si cuidamos tratar con respeto a nuestra pareja, porque es un ser humano y se lo merece, ¿por qué gritarle a la nena de dos años?
Si buscamos la forma adecuada de tratar al insoportable de nuestro jefe cuando quiere algo imposible, ¿por qué no tener la misma paciencia con el nene de tres años que arma un berrinche por nada?
Puede que aumentando su autoconfianza nuestro hijo sea el primer niño en llegar a la cima del del Everest, pero también puede que con todo el apego del mundo al niño no le guste escalar. El resultado puede no coincidir exactamente con nuestras expectativas.
Probablemente, lo único cierto es que las personas felices son mejores personas. Es más fácil amar al prójimo, ser amable, ser buena gente, cuando uno es feliz. Una persona triste, amargada, rencorosa, negada, es una persona que aprende a odiar.
Criar por el placer de criar. Sin objetivos. Dar teta por la satisfacción de ver esas piernecitas rollizas engordadas a pulso, por la expresión de devoción absoluta de esos ojitos mamando, por la capacidad de calmar todas las penas de un tetazo.
No dejarles llorar, simplemente porque es un bebé que sufre. Dormir, abrazaditos, por el placer de sentir el calor y el amor incondicional de otro ser humano. Y lo maravilloso de esta época, cuando son pequeños, es que hacerlos felices es tan fácil como cogerlos en brazos o darles teta, o dormir con ellos.
Más adelante vamos a desear tanto poder volverlo a hacer… Ojalá cuando alguien le parta el corazón por primera vez pudiéramos calmarles con un poco de teta. O cuando no consigan ese empleo tan soñado, o cuando la vida les desilusione de otras tantas formas. Después viene la parte difícil, no la fácil.
Por más excusas que nos inventemos, un bebé que llora es un bebé desgraciado.
Criarlos felices, simplemente porque es lo correcto.
Participando en los grupos de apoyo mutuo, los foros de Crianza con apego, los libros de fomento de la crianza natural, conferencias y todo el bombardeo afín, me sorprende constatar una y otra vez que parece ser que en realidad sólo se persigue un fin: apoyar a nuestros hijos de pequeños -ahora- para fomentar su independencia más adelante, no dejarlos llorar para aumentar su autoestima de mayores, cogerlos en brazos para estrechar el apego, darles teta para que estén mejor alimentados, etc.
Me da la sensación que se cría con un método u otro para lograr un objetivo. ¿Hemos tenido hijos para lograr un buen producto acabado o porque llegado un momento la propia naturaleza humana nos invade de tal forma que hay una especie de necesidad de procrear?
Si no encerraríamos a nuestra madre a que llore sola en una habitación hasta que se le pase, ¿por qué hacerlo con un bebé?
Si no le colgamos el teléfono a la amiga que siempre llama a deshoras para contar la misma aburrida historia, ¿por qué cuesta tanto levantarse a atender a nuestro propio hijo que se siente solo de noche?
Si cuidamos tratar con respeto a nuestra pareja, porque es un ser humano y se lo merece, ¿por qué gritarle a la nena de dos años?
Si buscamos la forma adecuada de tratar al insoportable de nuestro jefe cuando quiere algo imposible, ¿por qué no tener la misma paciencia con el nene de tres años que arma un berrinche por nada?
Puede que aumentando su autoconfianza nuestro hijo sea el primer niño en llegar a la cima del del Everest, pero también puede que con todo el apego del mundo al niño no le guste escalar. El resultado puede no coincidir exactamente con nuestras expectativas.
Probablemente, lo único cierto es que las personas felices son mejores personas. Es más fácil amar al prójimo, ser amable, ser buena gente, cuando uno es feliz. Una persona triste, amargada, rencorosa, negada, es una persona que aprende a odiar.
Criar por el placer de criar. Sin objetivos. Dar teta por la satisfacción de ver esas piernecitas rollizas engordadas a pulso, por la expresión de devoción absoluta de esos ojitos mamando, por la capacidad de calmar todas las penas de un tetazo.
No dejarles llorar, simplemente porque es un bebé que sufre. Dormir, abrazaditos, por el placer de sentir el calor y el amor incondicional de otro ser humano. Y lo maravilloso de esta época, cuando son pequeños, es que hacerlos felices es tan fácil como cogerlos en brazos o darles teta, o dormir con ellos.
Más adelante vamos a desear tanto poder volverlo a hacer… Ojalá cuando alguien le parta el corazón por primera vez pudiéramos calmarles con un poco de teta. O cuando no consigan ese empleo tan soñado, o cuando la vida les desilusione de otras tantas formas. Después viene la parte difícil, no la fácil.
Por más excusas que nos inventemos, un bebé que llora es un bebé desgraciado.
Criarlos felices, simplemente porque es lo correcto.
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